sábado, 6 de febrero de 2016

El fracaso de la Revolución Industrial española

En la España decimonónica se intentó impulsar un proceso de revolución industrial con el objetivo de transformar la vieja estructura agraria por otra nueva industrial. Pero el resultado final quedó muy lejos de lo proyectado. Cataluña fue la única zona con un grado significativo de industrialización a partir de capital autóctono, con empresas de tamaño medio. Su desarrollo comenzó en el siglo anterior. El sector más dinámico fue el algodonero, palanca de la industrialización. Su auge se debió a tres factores. En primer lugar, se partía de una posición de ventaja por la buena situación en el siglo anterior. En segundo lugar, hay que destacar la iniciativa empresarial de la burguesía catalana que supo modernizar sus industrias con nuevas máquinas y técnicas. Y, por fin, no se puede menospreciar la protección arancelaria que permitió, después de la pérdida del mercado colonial, orientarse hacia el mercado nacional sin sufrir, por tanto, la competencia inglesa. Las zonas industriales más importantes fueron las de Sabadell y Tarrasa, cerca de Barcelona, por sus grandes ventajas: fácil intercambio de obreros e ingenieros y empresarios, desarrollo comercial y crediticio barcelonés, así como, facilidad de importación de  carbón por el puerto.
La siderurgia, el otro sector clave en la Revolución Industrial, vivió tres etapas durante el siglo XIX. Para el desarrollo de esta industria no era tan importante tener grandes yacimientos de hierro como de carbón de coque y que la demanda de los productos siderúrgicos fuera suficiente para rentabilizar las elevadas inversiones iniciales necesarias. En España no había ni uno ni lo otro, lo que explicaría el desarrollo accidentado de esta industria. Se pueden distinguir tres etapas en la historia de la siderurgia decimonónica española. La primera sería la fase andaluza que duraría hasta los años sesenta y en el entorno de Málaga. Se nutrió de la explotación del hierro autóctono pero no tenía carbón mineral, por lo que empleaba el vegetal, que era más caro. Su apogeo se relacionó con las guerras carlistas que impedían la explotación en el norte. El período asturiano duró desde los años sesenta a los ochenta, en torno a las cuencas carboníferas de Mieres y Langreo, pero no contaba con carbón de gran calidad. Por fin, la etapa vizcaína inició un crecimiento sostenido desde la Restauración, con grandes empresas que se fusionaron en torno a 1902 para formar los Altos Hornos de Vizcaya. La clave del éxito estaba en el eje Bilbao-Cardiff. Bilbao exportaba hierro y compraba el carbón galés, más caro pero de gran calidad, más rentable que el asturiano.
El proceso de industrialización en España no se detuvo durante el siglo XIX pero su evolución se produjo a un ritmo tan lento que España quedó relegada como potencia industrial. El fracaso de la Revolución Industrial española puede explicarse por tres grandes factores. En primer lugar, habría que aludir a la escasa capacidad productiva de las manufacturas tradicionales con la excepción catalana, que abastecían mercados locales de bajo consumo. España no había constituido un mercado nacional unificado con buenas comunicaciones. Por fin, fue determinante la escasez de capitales que, en todo caso, se destinaron a la compra de tierras desamortizadas y no a la creación de nuevas industrias. Los nuevos propietarios no invirtieron en su mejora, por lo que la tierra no generó un volumen suficiente de beneficios o acumulación de capital para invertir en la industria.
En conclusión, la escasez de capitales nacionales fue la causa de que la moderna industria española se originara con predominio de capital extranjero salvo en Cataluña.
La industria se limitó a dos polos: la textil catalana y la siderúrgica vasca. Ambas eran poco competitivas en el exterior lo que obligó a una política proteccionista para asegurar el mercado nacional.
También hay que aludir a que como no se hizo la doble revolución agraria y agrícola, la agricultura española no demandó ni bienes de consumo ni de producción. Por fin, la transferencia de población de la agricultura a la industria fue inexistente. No había presión demográfica sobre el campo y el escaso desarrollo industrial no demandó mano de obra.

Eduardo Montagut

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