martes, 12 de enero de 2016

La intimidad en los comienzos del siglo XVIII

En el final del reinado de Luis XIV comenzó a cundir un nuevo espíritu que reaccionaba contra el “gran gusto” y planteaba como nuevos valores la intimidad y la comodidad. El siglo XVIII nacía con la defensa de un nuevo concepto del placer, alejado de la ostentación que los monarcas, la Iglesia y la nobleza habían empleado para demostrar su poder al pueblo. No significa que desaparezcan los rituales, algo consustancial a la monarquía absoluta, pero se simplifican o quedan en simulacros sin el aparato y la pompa anteriores. Ahora primará el placer, el gozo en el ámbito privado del rey y de los poderosos, lo que algunos han interpretado como el triunfo final del abuso de los privilegios, del inicio de la decadencia del Antiguo Régimen. Pero la burguesía enriquecida también se incorporó a esta nueva mentalidad aunque desde un origen y significado algo distintos. Los burgueses deseaban acceder al lujo doméstico ya que les acercaba a la nobleza y a su modo de vida, haciendo que se diluyesen u olvidasen sus orígenes no privilegiados.
En materia artística la Academia de Bellas Artes deja de ejercer la tutela y eso permite una mayor libertad. Frente al arte cortesano versallesco surge un arte de sociedad. La aristocracia y la burguesía rivalizarán en su papel de mecenas. El arte se vincula, pues, a un intenso mundo social en el ámbito urbano frente al mundo rural donde queda relegada y aislada la pequeña nobleza que no se ha enriquecido con el auge del capitalismo comercial cuando no se estaba empobreciendo.
En el arte de comienzos del siglo XVIII prima la decoración. En este sentido, son significativos los profundos cambios que se producen en el propio Versalles. Frente a los grandes salones de Luis XIV están los apartamentos que manda decorar Luis XV, y que eran asimilables a los de las casas particulares de la aristocracia o la alta burguesía. El rey quiere vivir en habitaciones más pequeñas, con mejor distribución y más prácticas, sin boato ni aparato. A mediados del siglo aparece el comedor como habitación específica muy vinculado al triunfo de la gastronomía, un placer dieciochesco. En los salones y gabinetes se incorpora la mesa de juego, otra gran pasión del siglo. Las habitaciones se adornan con delicadeza. Se abandonan los mármoles y los grandes dorados en los revestimientos para emplear más la madera con colores claros y vivos y finos motivos. En los techos ya no hay artesonados, las chimeneas se hacen más pequeñas y menos ostentosas. Encima de éstas se colocan espejos y bibelots, es decir, pequeños objetos y figurillas. Los muebles que pueblan estas habitaciones se hacen a medida y en armonía con el conjunto general. Pero la gran característica del mobiliario sería su confortabilidad y la intensa y delicada belleza de sus formas. Los ebanistas parisinos fabricaban maravillas con maderas exóticas. Es el imperio del sillón Luis XV, realizado para la comodidad porque se diseña para adaptarse a las curvas del cuerpo. Para este ámbito era necesaria una nueva pintura. Ya no se encargan grandes composiciones, sino pinturas que se adecuen a los nuevos espacios pequeños y delicados. Los temas principales serán escenas de vida doméstica y, sobre todo, retratos.

Eduardo Montagut

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