En el final del reinado de Luis XIV
comenzó a cundir un nuevo espíritu que reaccionaba contra el “gran
gusto” y planteaba como nuevos valores la intimidad y la comodidad. El
siglo XVIII nacía con la defensa de un nuevo concepto del placer,
alejado de la ostentación que los monarcas, la Iglesia y la nobleza
habían empleado para demostrar su poder al pueblo. No significa que
desaparezcan los rituales, algo consustancial a la monarquía absoluta,
pero se simplifican o quedan en simulacros sin el aparato y la pompa
anteriores. Ahora primará el placer, el gozo en el ámbito privado del
rey y de los poderosos, lo que algunos han interpretado como el triunfo
final del abuso de los privilegios, del inicio de la decadencia del
Antiguo Régimen. Pero la burguesía enriquecida también se incorporó a
esta nueva mentalidad aunque desde un origen y significado algo
distintos. Los burgueses deseaban acceder al lujo doméstico ya que les
acercaba a la nobleza y a su modo de vida, haciendo que se diluyesen u
olvidasen sus orígenes no privilegiados.
En materia artística la Academia de
Bellas Artes deja de ejercer la tutela y eso permite una mayor libertad.
Frente al arte cortesano versallesco surge un arte de sociedad. La
aristocracia y la burguesía rivalizarán en su papel de mecenas. El arte
se vincula, pues, a un intenso mundo social en el ámbito urbano frente
al mundo rural donde queda relegada y aislada la pequeña nobleza que no
se ha enriquecido con el auge del capitalismo comercial cuando no se
estaba empobreciendo.
En el arte de comienzos del siglo XVIII
prima la decoración. En este sentido, son significativos los profundos
cambios que se producen en el propio Versalles. Frente a los grandes
salones de Luis XIV están los apartamentos que manda decorar Luis XV, y
que eran asimilables a los de las casas particulares de la aristocracia o
la alta burguesía. El rey quiere vivir en habitaciones más pequeñas,
con mejor distribución y más prácticas, sin boato ni aparato. A mediados
del siglo aparece el comedor como habitación específica muy vinculado
al triunfo de la gastronomía, un placer dieciochesco. En los salones y
gabinetes se incorpora la mesa de juego, otra gran pasión del siglo. Las
habitaciones se adornan con delicadeza. Se abandonan los mármoles y los
grandes dorados en los revestimientos para emplear más la madera con
colores claros y vivos y finos motivos. En los techos ya no hay
artesonados, las chimeneas se hacen más pequeñas y menos ostentosas.
Encima de éstas se colocan espejos y bibelots, es decir, pequeños
objetos y figurillas. Los muebles que pueblan estas habitaciones se
hacen a medida y en armonía con el conjunto general. Pero la gran
característica del mobiliario sería su confortabilidad y la intensa y
delicada belleza de sus formas. Los ebanistas parisinos fabricaban
maravillas con maderas exóticas. Es el imperio del sillón Luis XV,
realizado para la comodidad porque se diseña para adaptarse a las curvas
del cuerpo. Para este ámbito era necesaria una nueva pintura. Ya no se
encargan grandes composiciones, sino pinturas que se adecuen a los
nuevos espacios pequeños y delicados. Los temas principales serán
escenas de vida doméstica y, sobre todo, retratos.
Eduardo Montagut
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